Danae
La casa estaba envuelta en un silencio profundo, apenas roto por el suave murmullo del viento que se colaba entre las ramas del jardín. Habíamos logrado que los niños se durmieran temprano; Sofía se había acurrucado entre sus muñecos, y Lucas había caído rendido después de que Kael le leyera una historia. A pesar de todo lo que habíamos pasado, esa pequeña rutina nocturna se había vuelto el centro de mi mundo, el único momento donde la paz parecía posible.
Apagué la luz de la habitación de los niños y me quedé un instante observándolos. Dormían con una calma que me dolía. Los amaba con todo mi ser, con esa fuerza que solo puede nacer del alma, aunque parte de mí todavía luchara por comprender cómo era posible querer tanto a dos seres a los que, en teoría, acababa de reencontrar. Había recuperado mis recuerdos, sí, pero el miedo seguía ahí, escondido, como una sombra que me recordaba que todo podía romperse en cualquier momento.
Al volver al pasillo, noté que Kael aún no regresab