Kael
El avión aterrizó bajo la oscuridad de la madrugada, con un rugido grave que pareció arrancarme el poco descanso que me quedaba en el alma.
Las luces de la ciudad titilaban a lo lejos, como brasas encendidas, y por un instante pensé en todo lo que había dejado atrás en esa isla. O, mejor dicho, todo lo que me había atrevido a recuperar.
Danae iba sentada junto a mí, mirando por la ventanilla sin decir una palabra. La vi apoyarse en el cristal, perdida, con la mirada fija en algo que ni siquiera yo podía alcanzar.
No la culpaba. Su mente era un campo de ruinas: recuerdos rotos, emociones que no podía nombrar, fragmentos de una vida que le habían robado.
Y aun así, estaba viva. Eso bastaba por ahora.
Cuando bajamos del avión, mis hombres ya estaban esperándonos.
—Todo está listo, jefe —me dijo Matteo, acercándose—. El hotel fue revisado y el personal es de absoluta confianza.
Asentí.
—Bien. Que preparen la suite del último piso. Nadie debe saber que está aquí.
Danae frunció el ceño