Danae
El sonido del mar era lo único que lograba calmarme. Desde la terraza de la casa en la isla, el viento traía el aroma salado y la voz suave de las olas chocando contra las rocas. Habían pasado apenas dos días desde que Kael me había sacado de aquella casa… de las manos de Dorian, y todavía me costaba creerlo.
Cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro: el de Dorian, transformado en algo que no reconocía. Las palabras de Kael resonaban en mi cabeza una y otra vez. “No soy tu enemigo, Danae. Soy el hombre al que le arrebataron todo… incluso a ti.”
Aún no sabía si podía creerle, pero algo dentro de mí —una voz muy pequeña y persistente— me pedía que lo hiciera.
Kael se movía por la casa con una calma tensa, siempre atento, siempre vigilante. No me presionaba, pero su presencia era constante. Cuando me traía té o me cubría con una manta por las noches, su gesto parecía más una súplica silenciosa que un acto de cortesía.
Esa tarde me invitó a caminar por la playa. No muy lejos, so