Adrien no tenía idea de cuándo había caído enamorado de Hana, pero lo sabía. Quiso esperar, que esos tres días faltantes fueran suficientes para pensar en cómo y cuándo decírselo, pero todo terminaba saliéndose de sus manos y ocurriendo cuando menos se lo esperaba. Hana tuvo ese efecto en él, apareció para desequilibrar la calmada vida que ya llevaba y eso, por algún motivo, no le molestó ni alteró para nada. Al contrario, lo permitió y ahora estaban allí, dejando de negar frente al otro lo que con los días se hizo obvio. Adrien DuPont nunca se arrepentiría de haber visitado aquel bosque de Darkmoor, y mucho menos de haber ayudado a esa loba blanca herida.
—Él me daba un beso todos los días —susurró Hana, después de haber estado sumamente callada, sin siquiera hacer ruido al respirar.
—Yo te besaré mil veces todos los días si eso es lo que deseas —Adrien acarició su mejilla dulcemente. Hana cerró los ojos al sentir a Adrien acercarse y supo de la corta distancia que los separaba al se