El cachorro, sentado en la suave alfombra color verde del suelo, observó curioso el cambio de sus padres, sin tener miedo de los lobos que aparecieron delante de sus ojos. El cachorro de lobo en su interior siempre reconocería a sus padres; por ende, jamás temería de sus formas lobunas. Contemplar a sus progenitores como aquellos imponentes animales, sin estar cerca de asustarle, sólo despertó otra parte de su propio ser.
Tardó un poco, y sin embargo, llegó tras unos minutos. Al ser su primera transformación, cambiar fue una tarea prolongada y exhaustiva para Daniel.
La felicidad que infundió en el pecho de los lobos que eran testigos de una nueva etapa en la vida de su cachorro desvaneció cualquier preocupación o mal recuerdo de sus mentes, dando espacio a un recuerdo que atesorarían por los años venideros.
A un metro de Adrien y Hana, un pequeño cachorro de bonito pelaje blanco y sutiles toques grisáceos emergió, aturdido con la nueva percepción y con sus cortas patitas tambaleando.