Adrien se tomó unos largos segundos para mirarle, buscando algún signo que posiblemente le demostrase que Hana bromeaba. Aquella noche no era mala o buena en sí, todo era cuestión de la percepción que tuviera un individuo sobre ella. Con una mirada cansina sonrió leve y acarició los cabellos de Hana, logrando relajar esa expresión de temor plasmada en el rostro de la Omega gracias a un miedo que Adrien aún no entendía.
La noche de la Luna Roja era un instante en el que los lobos, la parte que era ignorada y dominada por la consciencia humana, entraban en un estado de frenesí. Tal vez Hana, o Darkmoor en sí, le temía a esa noche debido a que era inesperada, podía llegar en cualquier momento ya que no tenía un día exacto para hacerlo. Podía ser una vez al año, una vez cada cinco años, tres veces en un año; nunca se sabía a ciencia cierta.
Aunque el nombre así lo hiciera parecer, la luna no era de ningún tono cercano a rojo en ese tipo de noches. Se le llamaba así debido a que en ese día