—Adrien, hermano, has caído del cielo como un salvador. —comenzó a decir un nervioso Gabriel, sonriendo un poco al notar la escena entre su hermano y Hana. Ambos se tomaban de las manos, entrelazando sus dedos mientras que la Omega parecía estar más dormida que despierta, rascando su ojo con su puño tal cual una pequeña niña en su primer día de escuela.
—¿Hay algún problema? —Adrien sonrió con sorna. —Sin mí no puedes hacer nada hermanito.
Gabriel resopló sin gracia. —Dudo que tú también pudieses hacer esto. — susurró. El mayor de los hermanos le miraba con curiosidad por saber lo que diría y de la nada Gabriel rió un poco, recordando esos días cuando eran cachorros; por un largo tiempo le tuvo miedo a su hermano mayor, tanto que dormía con sus padres y no con su hermano, en la habitación que les habían asignado.
El miedo que le tenía se debía a que escuchó una vez a una sirvienta que hablaba animadamente con su madre mientras que la mujer doblaba la ropa de los retoños de los DuPont.