Capítulo — Alianzas de sangre
El silencio de la villa era irreal. Afuera, el viento agitaba los cipreses con un rumor grave, presagio de algo oscuro. Giulio no podía estar quieto. Caminaba por el despacho como un animal enjaulado, con el teléfono pegado al oído.
Nada.
Ni una señal.
Ni un mensaje.
—Contesta, maldita sea… —gruñó, apretando el aparato con fuerza.
La tercera llamada cayó directo al buzón de voz.
El vaso que tenía en la mano voló contra la pared, estallando en mil fragmentos. Los guardaespaldas que aguardaban fuera se miraron entre sí, sabiendo que no era buen momento para entrar.
Giulio se apoyó en el escritorio, intentando pensar con claridad, pero el pulso le temblaba. Había pasado toda la noche esperando oír el motor del auto en la entrada, esperando verla cruzar la puerta con esa sonrisa tranquila que lo desarmaba. Pero el amanecer lo encontró solo, y con el presentimiento ardiendo en el pecho.
—Marco —llamó al jefe de seguridad—.
El hombre entró de inmediato.
—Señor.