El ascensor subió lentamente, cargado de un silencio tenso que parecía morder la piel. Rebeca caminaba al lado de Dimitri, con el corazón acelerado y una extraña mezcla de emociones que no terminaba de ordenar. Todavía sentía en sus labios el beso de Giulio, la calidez de sus brazos rodeándola horas antes… y ahora, la mirada severa de Dimitri era un recordatorio de que nada en su vida era simple.
Cuando llegaron al piso de las suites privadas, Dimitri fue el primero en avanzar hacia la habitación de ella. No necesitaba que lo invitaran; su relación había traspasado hace mucho la formalidad, y en cierto modo, él siempre había actuado como su guardián. Rebeca introdujo la tarjeta y abrió la puerta, dejándole el paso.
Dentro, el ambiente era acogedor, pero no logró suavizar la tensión que había quedado suspendida entre ambos. Dimitri caminó hasta la ventana y corrió levemente la cortina, como si necesitara aire. Rebeca dejó su bolso sobre la cama y lo observó de espaldas, con una punz