El muelle estaba casi desierto cuando Dimitri y Rebeca llegaron. El coche se detuvo bruscamente, las luces del puerto titilaban en la oscuridad y el viento salado les golpeaba el rostro. Rebeca seguía temblando, con el recuerdo de las balas aún martillando en sus oídos.
—¿Aquí es? —preguntó con voz baja, abrazándose a sí misma.
Dimitri no respondió enseguida. Observó el entorno con ojos entrenados, atento a cada movimiento, cada sombra que pudiera delatarlos. Finalmente asintió.
—Giovanni dijo hangar nueve.
Caminaron apresurados hacia la estructura metálica que se levantaba al final del muelle. El eco de sus pasos parecía demasiado fuerte, demasiado evidente. Rebeca sentía que en cualquier momento algo iba a saltar sobre ellos. Y no se equivocaba.
Apenas cruzaron la mitad del muelle, Dimitri la empujó hacia un costado, cubriéndola con su cuerpo. Un disparo rompió la quietud de la noche, el proyectil incrustándose en un contenedor a centímetros de ellos.
—¡Agáchate! —ordenó Dimitri, sa