capítulo 29

El aire en el cementerio estaba impregnado de ese aroma húmedo que deja la lluvia después de caer. El cielo encapotado parecía acompañar la tristeza que Rebeca había guardado dentro de sí durante siete años, oculta tras un muro de frialdad y desconfianza. Caminó con pasos lentos entre las lápidas, hasta detenerse frente a las tres que siempre había temido visitar.

Allí estaban los nombres que le recordaban la crudeza del destino: su madre, su padre y su hermano Mateo.

Su respiración se volvió entrecortada y, por primera vez en mucho tiempo, la máscara fría y distante que siempre llevaba se quebró.

Se arrodilló frente a ellas, acariciando con suavidad la piedra húmeda como si pudiera sentir la calidez de quienes descansaban debajo.

—Fue tan duro… —susurró con voz temblorosa—. Tan duro despertar aquel día y darme cuenta de que ya no volvería a verlos…

Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos hasta que, inevitablemente, rodaron por su rostro. No las detuvo. Ya no podía.

—Viví con
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