capítulo 20

La villa estaba en silencio cuando Giulio cruzó de nuevo los pasillos alfombrados. El eco de sus pasos resonaba con la seguridad de quien no pedía permiso para moverse en ningún territorio. Había dado sus órdenes, había hablado con sus hombres y todo estaba dispuesto: el avión lo esperaba esa noche. Pronto dejaría atrás la isla, la mansión y, con ellas, el peligro latente que su hermano había sembrado.

Sin embargo, mientras avanzaba por el corredor central, la figura de Rebeca apareció frente a él. Caminaba con la cabeza erguida, los labios apretados en una línea recta y esa mirada que oscilaba entre frialdad y fuego.

Giulio frenó en seco, dedicándole una media sonrisa que no llegaba a sus ojos.

—Ya tengo todo preparado para volver esta noche —dijo sin rodeos.

Ella se detuvo a un par de pasos, lo suficientemente cerca para sentir la tensión que vibraba en el aire, pero sin ceder un ápice de terreno.

—Comprendo… —respondió seria, modulando su tono como quien se esfuerza por mantener el
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