Tan pronto la hija de Kantor se perdió entre las estanterías para ir a hacer su experimento, dejándome sola, intercambié un frasquito de tónico por el que traía.
Me cercioraba que no se notara la diferencia cuando la escuché regresar. La enfrenté alzando un poco las cejas. Su expresión bastó para anticiparme el resultado antes que me mostrara el tubo con líquido verde.
—¿Cómo es posible? —inquirió sin ocultar su frustración.
—Tal vez sea mi sangre sucia —tercié, y me sorprendí de que mi voz no temblara y hasta sonara normal. Fría, pero normal.
—Debe ser eso —masculló, sacudiendo el tubo ceñuda.
—¿Puedo ayudarte en algo más, mi señora?
Me lanzó una mirada fulgurante y meneó la cabeza. Me incliné en una breve reverencia, di