Lo primero que hice fue prepararme un baño, obedeciendo a una urgente necesidad de fregarme y lavarme, porque nunca antes me había sentido tan sucia. Ni siquiera Lars y su hijo me habían resultado tan nauseabundos.
—Necesito más ricina —fue lo primero que le dije a Luva cuando tuve oportunidad de hablarle a solas, en susurros como siempre.
—Ya. ¿Planeas envenenar a todo el castillo? —bromeó meneando la cabeza divertida.
—Sólo uno más.
—Y no perderé tiempo preguntando quién. Precisaré dos o tres días.
—Cuanto antes mejor —mascullé desviando la vista hacia afuera, el chal tan cerrado sobre mi pecho que me apretaba la garganta.
Una amazona trajo a Mael por la tarde. Su expresión al enfrentarme cuando quedamos solos dolió como una puñalada en el pecho. Su mente volvía a despertar gracias a Olena, y no tenía la plata para distorsionar lo que ocurría.
Me miró a los ojos como si no me conociera y pasó a mi lado evitando siquiera rozarme para