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Me deslicé de puntillas fuera de la alcoba de Eldric, y me permití una sonrisa satisfecha al ver que las rubias de Olena no estaban allí. Las amazonas aún custodiaban las puertas en el corredor, pero no importaba.

A mis espaldas, Eldric seguía roncando como si nada.

Mejor. Que no muriera tan rápido. Ojalá le causara vómitos, cólicos y sangrado intestinal. Se los había ganado con creces. Pensándolo bien, mejor si moría sin alboroto mientras dormía. No fuera cosa que alguien lo escuchara y se asomara a ver qué ocurría. Era una posibilidad, con todo el castillo en ascuas tras la repentina muerte de Kantor.

Crucé la sala de estar sin ruido, desnuda como me dejara Eldric, mi vestido hecho un confuso montón entre mis manos. La descripción de Luva me permitió hallar sin dificultad la entrada al pasadizo en la esquina opuesta de la sala. Sólo precisé presionarla para que se abriera con un chasquido apenas audible.

Mis ojos de demonio, nunca antes tan útiles, comprobaron que Luva ya había estad
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