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Caí al suelo de piedra, golpeándome la cabeza con algún mueble, y me sobrepuse a mi aturdimiento para gatear apresurada hasta donde dejara mi vestido. En la cama, Mael se había erguido para estrechar a Olena en sus brazos, moviéndose más y más rápido.

Ignoraba qué acababa de ocurrir, pero no permitiría que nada ni nadie frustrara mis planes. Revolví el vestido para sacar la navaja al mismo tiempo que Olena gemía de placer. Me incorporé de un salto y lo que vi me paralizó donde estaba, los ojos muy abiertos de sorpresa.

Porque cuando Olena intentó beber del hombro de Mael, él la aferró por el cuello y la arrancó de su ingle como si fuera una muñeca. Ella le clavó las uñas en las manos que apretaban su garganta, luego le araño los brazos, luego intentó herir sus ojos, boqueando y revolviéndose desesperada, los ojos desorbitados, como un pez fuera del agua.

Mi reacción instintiva fue intervenir para defenderlo, pero me contuve, aferrando la hoja con fuerza para que no resbalara entre mis
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