Eldric regresó de un humor de mil demonios, de modo que Olena me envió de regreso a mi habitación.
—Yo me encargaré de calmarlo para ti —me dijo con un guiño cómplice—. Procura verte más bonita que nunca antes.
No se lo hice repetir y me largué apresurada. A mis espaldas, Eldric clamaba asesinato y traición. Tenía razón con lo de asesinato. ¿Traición? Eso dependía del punto de vista. Y desde el mío, no había traicionado a nadie al matarlo. Más bien al contrario.
—¡Mael! —llamé con mi mente tan pronto estuve en mi habitación.
Nada.
Resoplé exasperada. No era el momento de cerrarse. No a mí.
—¡Alfa! —restallé.
—Ri… sa…
—Sí, mi señor, soy yo.
—¿Don… de…?
Contuve un grito de pura alegría, porque me había respondido sin que precisara abusar de la voz de mando.
—Esta noche iré a verte, mi señor —respondí revolviendo mis vestidos en busca del más provocativo que tuviera—. Y nos largaremos de aquí.