Valentina recordaba con nitidez aquellos fragmentos de la noche memorable que había vivido bajo el dominio de Mateo. Las imágenes se repetían en su mente como un eco adictivo: los juegos de poder, la entrega absoluta, esa deliciosa mezcla de dolor y placer que la hacía sentirse viva. Para ella, el sadomasoquismo no era solo una práctica sexual, sino una necesidad visceral.
Valentina experimentó aquel momento como algo único e irrepetible. Cada caricia de Mateo le transmitía, a través de su piel, la intensidad del amor y deseo que él sentía por ella. Su corazón aceleraba su ritmo hasta casi desbordarse, convirtiendo aquella noche en el testimonio más puro de la pasión que los unía. Y aunque Mateo había intentado, en algún momento, provocarle dolor, el único resultado fue avivar en Valentina un anhelo aún más profundo por él, una necesidad que la consumía por completo.
Dos meses después, un mareo repentino la sacudió al despertar. "Serán las pastillas para dormir", pensó, restándole