Valentina no podía evitar recordar ese momento en el que sostuvo el cuerpo sin vida de su padre tendido en el suelo. Un torbellino de emociones la invadía, pues sabía que la felicidad que tanto había anhelado junto a Mateo ya no podría disfrutarla. Así que permaneció allí, sentada, sintiendo un dolor profundo y un odio oculto tras una sonrisa forzada.

Mateo entrelazó sus dedos con los de ella en un gesto protector, llevándose su mano a los labios en un beso que pretendía ser consuelo. Sus ojos cálidos buscaron los de Valentina, acompañando sus palabras con una sonrisa serena:

—Todo estará bien, mi amor. No dejaré que nada malo te vuelva a pasar, ¿vale? —dijo, sin dejar de mirarla con dulzura.

Su voz era un bálsamo que chocaba contra el muro de conmoción que mantenía a Valentina paralizada, incapaz de reaccionar, atrapada en su propio laberinto de pensamientos.

Todos en el lugar guardaban un profundo respeto hacia Mateo y Valentina. Sabían que, a partir de ahora, tendrían que acat