Valentina se dirigió rápidamente a su habitación, sintiendo timidez y cierta vergüenza por lo ocurrido, aunque externamente solo proyectaba frialdad. Mateo, por su parte, percibió en sus gestos que ella había reaccionado a la mirada que ambos habían compartido. Al verla alejarse, experimentó una profunda satisfacción y un destello de alegría al confirmar que, en el corazón de Valentina, aún quedaba un poco de amor por él.
Inmediatamente, tomó un sorbo de agua y, mientras contemplaba el vacío, comenzó a sonreír al recordar aquel instante que nunca hubiera imaginado posible. Tenía la certeza de que esa era la Valentina auténtica de la que se había enamorado tiempo atrás.
De pronto, el ama de llaves se acercó y lo sacó de sus pensamientos, preguntándole:
—Señor, ¿se encuentra bien? —dijo mientras observaba sus nudillos.
Mateo miró su mano y respondió:
—Sí, estoy bien. Tranquila, no te preocupes.
El ama de llaves se acercó rápidamente y, con voz baja y mirada cautelosa, le dijo:
—Y