—Aún no es el momento, abuela —dijo, agarrándole del brazo con suavidad, pero firmeza—. Primero necesitamos la información que Damián ha guardado por años. Expondremos sus atrocidades al mundo; no habrá mayor sufrimiento para él que pudrirse en una celda, deshonrado. Después... la cárcel le dará la "bienvenida" que merece, y de eso me encargaré yo. Por ahora, ordena a uno de tus hombres que lo lleven a la habitación. Conviene que se mantenga aquí.
Ajustó el reloj de su muñeca con gesto meticuloso.
—Que crea que aún respira por su propio poder... antes de que el suelo se abra bajo sus pies.
—Espero sea pronto, sueño con ver a ese desgraciado pidiendo clemencia ante los dos—respondió la abuela con una sonrisa antes de retirarse.
Sus tacones resonaron como sentencias de muerte al entrar a la habitación donde yacía Damián, todavía inconsciente sobre el frío mármol. Con un gesto de guante blanco, señaló a sus sicarios:
Recojan esa basura y déjenla en la habitación, Que despierte sol