Cuando Damián logró articular palabra, escupió hacia Mateo con voz cargada de veneno:
—Eres una miserable rata, un cobarde traidor.
Sus ojos ardían en llamas, devorándolo con la mirada. Mateo, lejos de intimidarse, dibujó una sonrisa fría y calculadora antes de dar un paso al frente.
—¿Traidor? —casi susurró, con un tono que helaba la sangre—. No tienes derecho de llamarme así. Lo que me hiciste desde niño fue mil veces peor.
Damián parpadeó mientras un destello de incertidumbre cruzaba su rostro. Mateo aprovechó el silencio para clavar el cuchillo verbal más hondo:
—Sabes exactamente a qué me refiero. Así que cierra esa puta boca antes de que la cierre por ti volándote la cabeza aquí mismo.
Su mirada se desvió hacia Isabella, y la amenaza en su voz se volvió casi tangible:
—Espero que hayas entendido lo que te dije... si continúas con lo que estabas haciendo, la próxima vez no serán dedos mutilados, sino tu corazón. ¿Queda claro?
Isabella asintió con rapidez