Las palabras resonaron en mi mente, una convocatoria cósmica que dejó un vacío frío y hueco donde antes había estado la amenaza de un dios. Vengan por nosotros. El silencio que siguió fue una manta pesada y sofocante. El canto unido de desafío de la manada había muerto, reemplazado por una tormenta caótica de corazones en pánico y el olor punzante, agrio, del terror puro y absoluto. Ya no eran una manada; eran una manada de gacelas que acababa de alzar la vista y ver caer una estrella del cielo.
El brazo de Ronan era una banda de acero alrededor de mi cintura, su cuerpo una muralla de músculo que me protegía de su miedo. Pero yo lo sentía. Era una presión física, una ola de emociones desesperadas que nos golpeaba en una marea constante. Ellos lo miraban a él. A su Alfa. A su rey. Y por primera vez, su fuerza física, cruda e imponente, se sentía… pequeña. Inútil.
Él también lo sabía. Sentí su frustración, un chispazo caliente y agresivo que fue aplastado de inmediato por un frío y duro