Emily se mueve un poco entre las sabanas de seda que cubren la cama del ruso. Se despereza, estira el cuerpo hasta sentir el tirón en el costado izquierdo por encima del hueso coxal. Abre los ojos para ataviarse con la estructura cincelada de un cuerpo lleno de tinta: Nicolay, su ruso.
Porque es de ella.
No lo compartiría con nadie y no le permitiría a él compartirse tampoco. Cierra los ojos absorbiendo el aroma de sus cuerpos. Sonríe. Se acomoda de lado para contemplarlo mejor, tiene un perfil precioso, unos labios carnosos que le provoca besarlos. Suspira entrecortado y al moverse siente un pinchazo en la entrepierna que le recuerda su encuentro de la noche anterior hasta entrada la madrugada. Sonríe de nuevo con el labio mordido. Su cuerpo siente el delicioso dolor que le hace evocar los besos y las caricias que la hicieron delirar de placer.
—Te daré un dólar por cada pensamiento lujurioso que hayas tenido en este último minuto —Emily jadea horrorizada por sus palabras. Grita, se