Emily observa a Nicolay con ojos llorosos. Su cuerpo se estremece con cada sollozo que emite sin poderlo contener. La habitación se le hace mucho más pequeña al esperar su reacción. La que al parecer no llegará.
< Necesito controlar el dolor >, piensa.
Aprieta los dientes, los puños y respira profundo. Obliga a su cuerpo a detenerse, entonces ocurre, este le obedece. Sus ojos dejan de lagrimear y deja de temblar. Levanta la barbilla desafiante e intenta atravesar la puerta tratando de quitarlo de en medio.
—Emily.
—¿Qué? —espeta enfadada —. Déjame pasar, no tengo nada que hacer aquí —lo empuja, pero no lo mueve.
—Hablemos por favor —la voz de Nicolay es una súplica.
—No. Ya no quiero hablar contigo, necesito salir de aquí —manotea. Lo golpea en el pecho con furia.
Desea contenerse, pero no puede. Necesita desahogarse y el pecho de él se siente como el lugar correcto. Él se deja hacer. Cada golpe es una daga que lo atraviesa, la rabia de Emily es para él un dolor profundo. Uno que no p