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Capítulo 4 – Una propuesta descabellada

La angustia arropa a Emily. La escena que acaba de presenciar de su padre y las palabras del ruso le ha puesto el alma en vilo. No sabe cómo llegó a este punto, solo que aceptó exigencias no dichas de un hombre sin escrúpulos. Nunca se detuvo a pensar cuánto le había afectado la muerte de su madre… hasta ahora. La desea. La necesita. Pero ella ya no está.

Nicolay Romanov es cruel. No la ha tocado, ni se ha acercado demasiado. Pero ya ha logrado que le obedezca dos veces. Y eso la frustra. La hace sentir débil. Vulnerable.

—Necesito regresar a mi casa —dice, con la voz quebrada. Ya ha tenido suficiente por hoy.

Quiere llorar. Drenar la rabia, el miedo, la impotencia que la agobian. Necesita estar sola. Necesita sentirse segura.

—Se irá a casa luego de llegar al hotel y recibir su paga. Ese era el convenio.

La mira. Sus ojos queman. Fríos. Calculadores. Como si pudiera leerle el alma.

—¿Qué pasará con mi padre? —pregunta. Su voz se dobla sin romperse.

—Será llevado a su casa. Sano y salvo.

Emily suspira, entrecortada. No le gusta el tono del hombre. No le agrada este juego que desconoce. Su instinto le grita que esto no termina aquí. Ni esta noche. Ni en este lugar.

—¿Y qué pasará conmigo? —el gemido se convierte en palabras —¿Con mi familia?

—Sus hermanos.

Nicolay asiente. Lo sabe. Claro que lo sabe. La ha investigado. Sabe todo. Y eso la aterra.

La limusina entra al estacionamiento subterráneo. La oscuridad lo cubre todo. Emily tiembla. No solo por el peligro, sino por la certeza de que nadie vendrá a salvarla. Su madre ya no está. Y por primera vez, lo siente como una herida abierta que no deja de sangrar.

El chofer sale del auto. Va a abrir la puerta.

Un ruido estruendoso.

Un disparo.

El hombre cae muerto.

Emily grita. Las luces se encienden de golpe. Un auto, rugiendo como una amenaza, impacta contra el vehículo con violencia. Nicolay la toma por la parte trasera del cuello y la empuja al piso del coche. La esconde. Ella reza. Llora. Suplica por su vida al cielo.

El pie de Nicolay presiona su espalda. Firme. Silencioso. Como una orden que no necesita palabras.

Una ráfaga de balas azota el blindado. Otra se desprende desde detrás, resguardando al Boss. Su teléfono suena. Él responde.

—Este es mi territorio. Sal de aquí. Esto es solo una advertencia.

La línea se corta. Pero Nicolay ya sabe quién está detrás. Y no piensa amilanarse.

El fuego cruzado dura unos minutos más. Luego, la calma. El silencio reina.

Una puerta se abre. Emily es tirada por el brazo. Firme, sin daño.

—¡Boss, tenemos el perímetro cubierto!

—Búsquenlo. Tráiganlo ante mí. Nadie atenta contra mi vida y sale ileso —habla en ruso.

—Yes, Boss —responde el hombre en inglés.

Toma la mano de Emily como si la recordara. Entran al elevador. En silencio. Tenso. Incómodo.

***

El hombre grita órdenes en ruso por teléfono. Emily está sentada en uno de los sofás. Tiene una copa de agua en la mano. El maquillaje corrido por las lágrimas. Sus ojos, expresivos, lo dicen todo. Ahora entiende el peligro que corren ella y su familia. Todo por una deuda de juego. Por culpa de su padre.

—¿Mejor? —pregunta Nicolay. Su mirada quema.

Ella niega. Sacude la cabeza. El aire no entra. Se ahoga en su propia negación.

—Quiero irme a casa.

Nicolay asiente. No planeó que las cosas salieran así. Pero en su mundo, lo sencillo se complica.

Le entrega un sobre blanco. La cantidad de dinero la impacta. Lo mira. La interrogante marcada en su pálida piel.

—Vamos a la habitación.

—No —casi grita, levantándose.

—No haré nada indebido. Lo prometo.

—¿Lo promete? —su voz es un chillido —Después de lo que vi ahí fuera, ni siquiera deseo tenerlo cerca.

Le lanza el sobre al pecho. Pero se arrepiente en el instante en que Nicolay se acerca peligrosamente. Tiembla. Las lágrimas le caen sin permiso, como si su cuerpo decidiera rendirse antes que su mente.

—Jamás le tocaría sin consentimiento. Ahora, aproveche que mi humor no ha subido de tono. Tome el maldito sobre… ¡y sígame! —grita.

Ella salta en el sitio. Entra a la habitación que ha limpiado centenares de veces. Nicolay toma otro sobre, lo entrega. Ella lo acepta. Con miedo. Con duda.

—Esto es…

—Ábralo. Quiero que sea mi acompañante. Siempre.

Emily abre los ojos al leer. Es un contrato. Una propuesta. Lee: trato de confidencialidad. Cláusulas principales. Ser su acompañante. Aparentar ser su mujer. Un año. A cambio de la vida de su padre.

Hiperventila. Sacude la cabeza. El mundo se estrecha. Y ella, simplemente, no puede aceptar lo que acaba de leer.

—Esto es una propuesta —dice. Él asiente.

—¿Y si no acepto? ¿Y si no quiero ser su acompañante?

—Su padre muere. Becky y Alex también. Usted vivirá… para que su dolor se multiplique.

Emily se queda en silencio. El contrato tiembla entre sus dedos. El juego de poder está claro. Él no necesita gritar para dominar. Ella no necesita palabras para resistir. Pero en este mundo, la resistencia tiene un precio. Y el miedo… forma parte del trato.

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