El miedo se cierne entorno a la habitación. Emily está allí, con el contrato en las manos, y reconoce que el silencio pesa más que cualquier amenaza. El papel tiembla entre sus dedos. Las cláusulas parecen gritarle que su vida ya no le pertenece.
Nicolay se mueve por el espacio como si fuera suyo. Como si el mundo entero le obedeciera. Ella lo observa desde el borde del sofá, con el corazón latiendo en la garganta. El aire se siente denso. El miedo, ya es familiar.
—¿Lo leyó completo? —pregunta él, sin mirarla.
—Sí —miente. No pudo pasar de la cláusula tres. Su mente se nubló al leer “acompañante exclusiva”.
—Entonces sabe lo que está en juego.
Emily aprieta los labios. No quiere hablar. Se niega a quiere negociar. Pero tampoco puede ignorar lo que acaba de vivir. Los disparos. El caos. La amenaza. La certeza de que su familia está en peligro.
—¿Por qué yo? —pregunta al fin. Su voz es baja, pero firme.
Nicolay se detiene. La mira. Y por primera vez, no parece tan cruel. Parece cansado. Como si llevara siglos cargando algo que no puede soltar.
—Ya se lo dije antes. Necesito un amuleto y usted me recuerda a alguien.
Emily se pone de pie. El contrato tiembla entre sus dedos. Su cuerpo también.
—¿Y qué gano yo?
—La vida de su familia. Protección. Estabilidad. Y si juega bien sus cartas… libertad.
La palabra la golpea. Libertad. ¿Qué clase de libertad puede ofrecerle un hombre que la obliga a firmar un contrato para salvar a los suyos?
—¿Y si quiero tener una relación con alguien más?
—No puede, no mientras dure el contrato—dice él, sin dudar.
—¿Y si es usted quien lo hace?
Nicolay sonríe. No es una sonrisa amable. Es una sonrisa rota.
—Yo no me enamoro y no tengo relaciones.
Emily siente que algo se quiebra dentro de ella. No sabe si es miedo, rabia o decepción. Pero algo cambia. Algo se endurece.
—Quiero añadir una cláusula —dice, con la voz temblorosa.
—Hable.
—Quiero poder irme si usted me toca sin permiso. Quiero que eso anule el contrato.
Nicolay la observa. No responde de inmediato. Luego asiente.
—Hecho.
Ella lo mira. No sabe si confiar. No sabe si creer. Pero al menos, tiene algo.
—¿Y si no firmo?
—Su padre muere. Becky y Alex también. Usted vivirá… para que su dolor se multiplique. También se lo había dicho.
Emily cierra los ojos. Respira hondo. El contrato sigue temblando en sus manos. El silencio se vuelve insoportable.
—¿Tiene un bolígrafo?
Nicolay se lo entrega. Ella lo toma. Firma. Con rabia. Con miedo. Con dignidad.
Él guarda el documento. No dice nada. Solo la observa.
—Bienvenida a mi mundo, Emily.
Ella no responde. Solo piensa en cómo salir de él.
***
La habitación es amplia, pero se siente como una celda. Emily camina en círculos, sin saber qué hacer con su cuerpo. El contrato firmado parece quemarle la piel. Nicolay está en el balcón, hablando en ruso por teléfono. Su voz es firme. Inquebrantable.
Ella lo observa desde lejos. No entiende nada, pero sabe que cada palabra es una orden. Cada gesto, una amenaza.
—Quiero irme —demanda, apenas él cuelga.
—No esta noche.
—¿Por qué?
—Porque aún no es seguro.
Emily aprieta los puños. No quiere estar allí. No quiere compartir espacio con él. Pero tampoco puede arriesgarse a que algo le pase a su familia.
—¿Qué quiere de mí exactamente?
—Presencia. Imagen. Lealtad.
—Y sexo —afirma. Segura de que en cualquier momento la obligará.
Nicolay la mira. Su expresión no cambia.
—Solo si usted lo desea.
Ella se ríe. Es una risa amarga. Seca.
—¿Y qué mujer desea eso con usted?
—Más de las que imagina.
Emily se cruza de brazos. No quiere saber más. No quiere imaginar más. Pero está atrapada. Y lo sabe.
—¿Puedo llamar a mi padre?
—Mañana. Cuando esté en casa.
—¿Y mis hermanos?
—Están bien. Bajo vigilancia.
Ella asiente. No tiene opción. No tiene poder. Pero aún tiene voz.
—No soy su muñeca —le advierte.
—No. Es mi contrato.
—Eso no me hace suya.
—No. Pero me hace responsable de usted.
Emily se gira. No quiere seguir hablando. No quiere seguir sintiendo. Pero Nicolay no se detiene.
—¿Tiene miedo?
—Sí.
—¿De mí?
—De todo.
Él se acerca. No la toca. Solo la observa.
—El miedo es útil. La mantiene viva.
—¿Y usted? ¿Tiene miedo?
—Solo de perder el control.
Ella lo mira. Y por un segundo, cree ver algo humano en él. Algo roto. Algo que no debería estar allí.
—¿Qué le pasó?
—No es relevante.
—Para mí sí.
Nicolay se aleja. Se sirve un trago. Lo bebe de un solo golpe.
—Algún día lo sabrá. Si se queda.
Emily no responde. No promete. No acepta. Solo respira.
***
La noche se hace inmensa cayendo sobre ella como un torrencial aguacero. Nicolay le asigna la habitación contigua, una que no desea, pero entre el terror y el cansancio que siente por el día de hoy ni siquiera protesta. No es resignación. Es una tregua que se da. El hombre le entrega un teléfono. Le da instrucciones. Ella las escucha. Las memoriza. Las odia. Las quiere olvidar.
—No puede salir sin escolta. No puede hablar con la prensa. No puede publicar nada en redes.
—¿Y si lo hago?
—Su familia muere.
Ella asiente. No hay margen de error. Sus dientes castañetean.
—¿Y si me escapo?
—No lo logrará. Yo mismo apretaré el gatillo.
—¿Y si lo intento?
—Me obligará a ser cruel.
Emily se encierra en la habitación. Llora. Tiembla. Reza. No por ella. Por Becky. Por Alex. Por su padre. El contrato está sobre la mesa. Lo relee. Lo odia. Lo maldice.
Pero ya es parte de su vida.
Y Nicolay… también.