Ruddy fue el primero en llegar. El corazón se le comprimió al ver a Tala tendida en el suelo, los ojos cerrados, el rostro pálido. El dije colgado de su cuello brillaba con una intensidad sobrenatural, pulsando como un corazón vivo, bañando su piel en una luz plateada que parecía emanar de la mismísima luna.
—¡Tala! —rugió, arrodillándose a su lado.
Extendió la mano para tocarla, pero apenas sus dedos rozaron el dije, una onda de energía lo arrojó varios metros hacia atrás. Cayó con un gruñido, el pecho ardiendo, como si lo hubieran marcado desde dentro. Jadeando, se incorporó, incrédulo.
—¿Qué demonios…?
El brillo del dije se intensificó, elevando el cuerpo de Tala unos centímetros del suelo. Su cabello se agitaba como si flotara en el agua, y sus labios murmuraban palabras sin sonido, como si hablara con otra dimensión.
Miembros de la manada comenzaron a llegar, formando un semicírculo en torno a ella. Algunos se arrodillaron al verla, tocando el suelo con la frente. Otros