Oigo cómo cruza la puerta del baño a la carrera pero no consigo levantar la cabeza.
—Addison, nena, ¿qué pasa? —Parece aterrado. Se postra de rodillas delante de mí y me apoya las manos en los muslos.
Soy incapaz de hablar. Tengo un nudo en la garganta del mismo tamaño que el diamante de mi mano izquierda.
—¡Addison, por el amor de Dios! ¿Qué ha pasado?
Me levanta la cabeza con suavidad y me busca la mirada. Su rostro está cargado de desesperación, mientras que el mío está cubierto de lágrimas. No sé qué me ha llevado a decir que sí, pero con la repentina aparición de este anillo en mi dedo acabo de ser tremendamente consciente de la realidad de lo que está sucediendo.
—¡Por favor! ¡Háblame! —ruega con desespero.
Trago saliva en un intento de escupir algunas palabras, pero no funciona, así que recurro a levantar la mano. Joder, pesa una barbaridad.
Observo a través de mis ojos húmedos cómo se forman arrugas en su frente y desvía su mirada confundida de mis ojos a