—¡Papi!
Me giro y mis fuertes músculos se derriten al ver a mi pequeño bajar la escalera corriendo, con el pelo oscuro enmarañado alrededor de su preciosa carita.
—Hombre, cumpleañero. —Sus ojos oscuros brillan mientras se abalanza contra mí y repta por mi cuerpo.
—Adivina qué —me dice con los ojos abiertos de emoción.
—¿Qué? —No estoy fingiendo interés. Tengo auténtica curiosidad.
—La abu Glory ha dicho que podemos dormir en su casa esta noche. ¡Nos va a llevar al zoo mañana!
Intento ocultar el enfado e igualar su estado de emoción.
—La abu Glory vive demasiado lejos, y a papá le gusta llevarte él mismo al zoo —digo, colocándomelo sobre los hombros y girándome hacia el espejo de nuevo—. ¿Has visto qué guapos somos?
—Lo sé —responde como si nada, y me hace sonreír—. La abu y el abu viven a diez minutos. Lo he contado con el teléfono de mamá.
Me recuerda rápidamente que mi querida suegra vive, efectivamente, a diez minutos de distancia. La belleza de Newquay no fue capaz de mantener a