—No, papá.
—Papi. ¿Y éste? —Le enseño una especie de prenda de tela de brocado hasta los tobillos de color limón, pero ella niega desafiante—. Maddie —suspiro—, no vas a ponerte eso.
«Señor, dame fuerzas antes de que le retuerza su testaruda cabecita.»
—Me pondré unos leotardos. —Salta de la cama y abre su cajonera rosa—. Éstos —dice
Sosteniendo una prenda de rayas horizontales.
Inclino la cabeza y asiento ligeramente. Me parece aceptable.
—¿Y qué hay de la camiseta?
Ella mira hacia abajo y se acaricia la barriguita.
—Me gusta ésta.
—¿Y si compramos una de una talla más grande? —Estoy dialogando con ella. Saco una camiseta verde menta de manga repleta de corazones y se la muestro, todo sonriente—. Ésta me encanta. Venga, haz feliz a papi. —Le pongo morritos como un idiota desesperado y sé que su mente de cinco años también piensa que soy idiota.
—Está bien —suspira pesadamente. Esto es ridículo. Ahora es ella la que me está dando el gusto a mí.
—Buena chica. —La dejo sobre la cama—. A