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La Mentira de Mi Hermana

La Mentira de Mi HermanaES

Cuento corto · Cuentos Cortos
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Resumen
Índice

El día que gané el campeonato de porristas, todo el público estaba gritando y felicitándome. Pero mi hermano, desde las gradas, me arrojó una botella de agua. —Para conseguir el primer lugar, ¿en serio lesionaste la pierna de Carmen antes de la competencia? ¿No sabes que ella tiene insuficiencia renal y su último deseo antes de morir era ganar el campeonato? Solo por fama y dinero, le hiciste ese terrible daño, ¡eres tan egoísta! ¡Desde hoy, no eres mi hermana! Mi prometido, que también era el patrocinador del evento, anunció que se cancelaba mi victoria. —Consumiste drogas prohibidas, por lo tanto, debemos descalificarte. Por eso, todos me rechazaron. Hasta me mandaron una foto mía en blanco y negro, como si estuviera muerta para ellos. Sin decir ni una sola palabra, guardé la foto, tal vez la necesite en algún momento, porque hace un mes me diagnosticaron un tumor cerebral. Decidí convertirme en la persona que ellos querían que fuera antes de morir; una mujer que cuide a su hermana con esmero, sea educada, no mienta y además sea amable.

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Capítulo 1

Capítulo 1

El día del campeonato de porristas.

Estaba muy feliz y, aunque sentía que me moría, por fin conseguí el honor que con anhelo perseguí con tantos años. ¡Todo el esfuerzo y el tiempo que pasé entrenando valió la pena!

Cuando el presentador anunció mi victoria, un dolor intenso me explotó en la cabeza. Me agaché y me agarré desesperada la cabeza.

Desde las gradas, la gente empezó a murmurar.

—¿Qué pasa? Ahorita estaba bailando feliz, llena de energía.

Alguien levantó la voz para burlarse de mí.

—Oye, muchacha, ¿se te bajó la presión porque ganaste?

Hice un esfuerzo por tratar de escuchar bien, pero la voz no me salía.

Me quedé en el podio y, al ver las caras preocupadas del público, sonreí.

Todos eran muy amables.

Justo cuando iba a responder, una botella de agua me golpeó fuerte en la cabeza.

¡Auch!

Mientras sentía que la cabeza me iba a estallar, borbollones de sangre empezaron a salir de mi nariz.

Mi hermano gritó, molesto:

—Rosa, eres una ladrona despreciable, le robaste el campeonato a Carmen, ¡la empujaste antes de la competencia! Ella quedó de segundo lugar, ¿estás contenta ahora?

Lo miré, confundida. Decía cosas que yo nunca hice…

Ni siquiera sabía que Carmen se había lesionado.

Quería explicarlo, pero mi prometido, que también patrocinaba el evento, me interrumpió con seriedad y anunció frente a todos:

—El comité organizador descubrió que Rosa consumió algunas sustancias prohibidas. Después de investigar, decidimos quitarle el título.

Enseguida el equipo técnico proyectó en la pantalla el video de seguridad en el que parecía que yo tomaba medicamentos.

¡Pero no eran sustancias prohibidas, era un analgésico cualquiera!

Miré enojada a Carmen, mi hermanastra. Solo ella había tocado mis medicamentos.

Ella me miró, desafiante, como si ya hubiera ganado.

—¡No! Yo no… fue… —grité a todo pulmón para defenderme, pero antes de terminar, Carmen me interrumpió llorando.

—Rosa, perdón. Tú me pediste que ocultara lo que hiciste, te ayudé y no dije nada; el público fue el que lo notó, no yo… no me guardes rencor por eso, ¿sí?

Me puse roja de la ira; sus palabras hicieron que pareciera que yo sí había tomado sustancias ilegales. Incluso pretendió estar triste y arrepentida.

Los espectadores, que antes se habían preocupado por mí, cambiaron de opinión de forma radical.

—Dios, no puedo creer que una mujer tan bonita sea tan mala.

—Pensé que estaba enferma por lo de la sangre, pero ahora parece que fue un efecto secundario de esas sustancias.

—Carmen tuvo insuficiencia renal aguda y aun así su hermana la trató de la peor manera. ¡La vi llorar, seguro la han maltratado miles de veces! Rosa es lo peor, de verdad.

—Escuché por casualidad que Rosa y Carmen tienen riñones compatibles, pero Rosa, siendo la hermana, se negó a donar uno, ¡hasta dijo que quería que Carmen muriera!

—¡Dios mío, qué mujer tan despreciable!

—¡Denle el primer lugar a Carmen!

No sé quién empezó, pero los espectadores me empezaron a lanzar cosas y a enseñarme el dedo medio. Sus gritos retumbaban una y otra vez por todo el estadio, como si un ejército de demonios me atacara.

Me gritaban que me fuera, que alguien como yo, que trata tan mal a su hermana y rompió las reglas del campeonato, no merecía ser capitana del equipo de porristas ni ganar el campeonato.

Las piernas me fallaron y caí al piso; el dolor de cabeza hacía que me costara demasiado mantenerme de pie.

Mi hermano saltó desde las gradas, me levantó y me miró con cierto desprecio.

—Sé que estás fingiendo desmayarte. ¿Crees que haciéndote la desmayada vas a librarte de tus errores? Cada vez que haces algo mal, te escapas, fingiendo estar enferma o herida. ¡Esta vez te salió muy bien, hasta sangre de la nariz te salió! La próxima vez que me hagas un berrinche como este, no te voy a ayudar.

Me llevó a los camerinos, me tiró de forma brusca y salió corriendo a disculparse con Carmen.

Para calmar a la gente, mi prometido, Sergio, anunció que le darían a Carmen el primer lugar.

La multitud la aplaudió.

Hice un esfuerzo muy grande por mirar a Sergio.

Empecé a llorar lágrimas de frustración.

La persona que me dijo que siempre me amaría, que estaría de mi lado y confiaría en mí, ahora me abandonó y eligió a mi hermana.

La vista se me nubló y perdí el conocimiento.

Cuando volví a abrir los ojos, el estadio estaba vacío, solo yo seguía ahí.

Sabía muy bien que ese sería el resultado, pero aun así me dio tristeza ver que no le importé a nadie.

Mi celular sonó de repente. Pensé que era mi hermano, pero era mi médica.

Ella me dijo con amabilidad:

—Rosa, recuerda tomar los analgésicos a tiempo; si no lo haces, no vas a sobrevivir más de tres días. ¿Ya te despediste de tu familia? ¿No vas a contarles sobre tu enfermedad?

—Sí, no les voy a decir nada para que no se preocupen por mí; doctora, por favor, ayúdeme a coordinar todo lo relacionado con la cremación y el cementerio.

Miré la sala de descanso vacía y sin querer la voz se me quebró.

Ya me voy a morir, no quiero molestar más a mi hermano ni a Sergio; así ellos no van a pensar que soy una carga.

Colgué, me tambaleé y caminé como pude hacia el hospital.

Ya que decidí ser la mujer que todos querían que fuera, ahora debería pedirle perdón a Carmen en el hospital; luego le voy a donar mi único riñón, para que en verdad mi muerte tenga algo de valor. Eso será lo único que logre hacer por Carmen, para que se recupere.

Así, todos me querrían, ¿no?

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