Adriana Falcón, la amiga de la infancia de Andrés Rojas, quedó embarazada. Nadie sabía de quién era el bebé, pero para proteger la reputación de Adriana, él decidió reconocerlo como suyo. Y, mientras tanto, el hijo que yo llevaba en el vientre se convirtió en un bastardo sin padre. —Adriana es una chica buena. Quedar embarazada sin estar casada sería demasiado cruel para ella, no soportaría las habladurías —dijo Andrés con total indiferencia. Una sola frase bastó para que mis cinco años de amor se volvieran una broma cruel. Después, mi familia se unió para arrastrarme al hospital y obligarme a abortar. Mientras tanto, Andrés se quedaba al lado de Adriana, cuidándola con toda la ternura del mundo como si fuera de cristal. Cuando volvió a casa, yo ya había perdido a mi hijo... y me había ido para siempre.
Leer másDespués de casarme con el hombre que mi padre eligió para mí, formamos una familia.Al año siguiente, llegaron nuestros mellizos: una niña y un niño.Cuando cumplieron tres años, regresé con mis padres a nuestro país de origen.Pisar esta tierra de nuevo removió muchas cosas dentro de mí.Pero ya no era la misma.La última vez que estuve aquí, me fui llena de heridas y resignación.Hoy, regresaba acompañada de quienes me aman de verdad:unos padres que darían todo por mí, un esposo que me respeta y me cuida, y dos hijos que son mi mundo entero.Tenía todo lo que alguna vez soñé.Y lo más importante: tenía paz.Aquella tarde paseábamos por el parque con los niños. El sol brillaba, el viento era tibio.Y entonces, ocurrió.Nos cruzamos con Adriana Falcón.No la reconocí de inmediato.Su rostro estaba amarillento, el cabello sucio y enmarañado, y su ropa… tan sucia que apenas se distinguía el color original.Estaba tirada en el suelo, siendo golpeada por un hombre.—¡¿Dónde está el dinero
Después de regresar con mis verdaderos padres, descubrí una verdad que me dejó sin aliento:la familia Samaniego tenía un poder que ni diez veces los Rojas podían igualar.Frente a mí se alzaba una hacienda enorme, imponente como un castillo.Solo para cruzar la entrada había que pasar por varios portones.Y lo curioso es que mi padre biológico también se apellidaba Samaniego.Así que no tuve que cambiarme el nombre.La familia Samaniego tenía siglos de historia, con negocios y propiedades en medio mundo.Pero el destino no les había dado descendencia abundante.Mi padre era el único de su generación que tenía una hija.Y esa hija… era yo.Por eso me convertí en la única heredera de esta dinastía.Desde que desaparecí, mis padres nunca dejaron de buscarme.Y ahora que había vuelto, no solo me recibieron con amor, sino también con grandes expectativas.Tras una breve y cálida reunión familiar, papá empezó de inmediato a prepararme como la futura cabeza del clan.Lo que no había aprendid
De pronto, Andrés empujó con fuerza a la señora Falcón.Ella tropezó hacia atrás y, en ese instante, el bebé que cargaba en brazos se le resbaló de las manos.El pequeño cayó al suelo con un golpe seco y estalló en un llanto desgarrador.—¡Llora, llora, solo sabes llorar! ¡Cállate ya! —gritó Andrés, fuera de sí, con las manos en la cabeza.Pero ¿cómo se le grita a un recién nacido?El bebé, asustado, solo podía llorar más fuerte.Don Rogelio Rojas corrió a recogerlo del piso, con el corazón en la garganta.Y sin pensarlo, le soltó una bofetada a su propio hijo.—¡¿Estás loco, Andrés?! ¡Ese es tu hijo! ¡Es el primer nieto de esta familia!En el rostro de la señora Falcón se dibujó una sonrisa triunfal.Pero le duró poco.Porque cuando levantó la vista, la mirada helada de Andrés la atravesó como una daga.Fue ese golpe, ese crujido entre la piel y el alma, el que lo despertó de su delirio.De pronto, como si una película se rebobinara, todos los recuerdos le llegaron a la mente.Elena,
Pasaron tres meses.Adriana dio a luz a un varón, sano y fuerte.Andrés estaba encantado.Cada gesto del bebé le robaba una sonrisa, y todo lo que Adriana pedía, se lo concedía sin rechistar.Pero entre la recuperación postparto y los cuidados del recién nacido, viajar de regreso era prácticamente imposible.Y cada vez que Andrés insinuaba preocupación por Elena, Adriana soltaba lágrimas con una facilidad que lo dejaba paralizado.—Andresito… yo solo te tengo a ti. Si te vas, ¿quién va a cuidarme? Tengo miedo…Y claro, él no podía dejarla así.El niño lloraba, ella lloraba, y él… se quedaba.Un día, la empleada que todavía estaba en casa le dio por teléfono una novedad que lo tranquilizó por completo:—Señor, la señora Elena ya dio a luz. Fue un varón.Esa noticia lo dejó sin palabras.Por fin pudo respirar.—Entonces todo salió bien… —susurró, casi con alivio.Pero Adriana no tardó en percibir ese cambio de energía.Se le acercó con los ojos rojos de tanto llorar, y le preguntó con vo
Durante su estancia en el extranjero, Andrés no podía quitarse de encima una sensación extraña.Algo no encajaba.Recordaba la forma en que Elena lo miró ese día, antes de que él partiera con Adriana.Su calma era tan antinatural, tan contenida, que por primera vez en mucho tiempo… Andrés se sintió inseguro.Le había llamado más de diez veces y no obtuvo respuesta.Ese silencio, esa ausencia repentina, le provocaba un cosquilleo incómodo en el pecho.Finalmente, tomó la decisión: volvería a casa.—Andresito… no te vayas, ¿cómo voy a estar sola aquí? Estoy asustada… —sollozaba Adriana, con los ojos llenos de lágrimas.Su voz temblorosa y la manera en que se abrazaba a él le hacían difícil resistirse.Andrés la apretó entre sus brazos, como para calmarla.—Solo será un momento, iré a verla y volveré rápido. Prometido.Pero eso solo hizo que Adriana llorara más fuerte.—Elena tiene a tu madre, a la señora de servicio, a todos. Pero yo… yo solo te tengo a ti. Si te vas, ¿qué va a ser de mí
No volví a mirar sus rostros.Simplemente me di la vuelta y entré al quirófano.Había estado esperando este momento… no porque lo deseara, sino porque sabía que marcaría un antes y un después.Acostada sobre la camilla helada, sentí cómo una vida se iba de mí.Una vida que nadie había querido… pero que yo, aún así, lloré al perder.Las lágrimas brotaron solas, incontenibles.No por miedo.Sino por dolor.Cuando desperté, dos siluetas se dibujaban borrosas ante mis ojos.—Elena… perdónanos, llegamos tarde. Mamá está aquí, ya pasó todo —susurró mi madre, acariciando mi cabello con una ternura que jamás había sentido.Le sonreí apenas, y en ese instante, ella se quebró por completo.Mi padre, con el rostro tenso, los ojos encendidos de rabia y tristeza, murmuró entre dientes:—Mi niña, juro que ninguno de los que te hicieron daño se va a quedar impune.—Tienes a papá y a mamá. Nadie volverá a tocarte ni lastimarte. Te lo prometemos. Siempre estaremos contigo.En ese instante, supe que por
Último capítulo