Un golpe seco rompió el silencio de la habitación, haciendo que Serethia se encogiera instintivamente en el abrazo de Alec. En respuesta, él le acarició el cabello con suavidad y cerró los ojos, decidido a ignorar a la persona que estuviera tocando la puerta principal. No sabía que droga le había dado Agnés, pero su cuerpo aún resentía los efectos, y cada movimiento le costaba algo de esfuerzo.
Sin embargo, al primer golpe le siguió otro, y después otro más.
—¡Policía, necesitamos hacer una verificación! —exclamó una voz desde afuera.
Alec suspiró, resignado, y se movió para levantarse, soltando a Serethia con cuidado para no despertarla. Pero los ojos de ella se abrieron a pesar del cuidado que mantuvo, y se fiaron en él como si temiera que la dejara.
—¿Tienes que ir? — inquirió Serethia, agarrando con la punta de los dedos la camisa de Alec; sin mucha fuerza para obligarlo a quedarse, pero si la suficiente para indicarle que no quería que se marchara.
—Sí… es la…una especie de guard