El vapor cálido envolvía la habitación mientras el agua caía sobre sus cuerpos, resbalando lentamente como si trazara caminos que Alec, sin prisa, comenzó a seguir con su mano y labios. Se detuvo en su mejilla, justo donde la piel todavía conservaba la marca de una cruz borrosa, y rozó aquel lugar con una devoción que hacía que el calor no viniera solo del agua que caía sobre ellos.
Luego descendió lentamente por su cuello, besando y lamiendo con delicadeza, como si con cada gesto intentara acelerar la sanación de todas las huellas que Agnés había dejado en ella.
Serethia cerró los ojos y dejó caer la cabeza a un lado, mientras sus manos se aferraban a la cintura de Alec.
Pero la tela detuvo su avance, y Serethia abrió los ojos, nerviosa. Sin dejar de mirarla, bajó las manos de forma lenta, deleitándose con los suspiros que ella emitía por las caricias que le daba a través de la ropa. Cuando sus manos llegaron al borde de la camisa, la subió de forma lenta y cuidosa, con sus dedos ap