El silencio en el auto se volvía con cada segundo más asfixiante; como si cada respiración tuviera que abrirse paso a través de un aire espeso que apenas alcanzaba a llegar a los pulmones. Cada segundo que transcurrían en el auto, cada semáforo que pasaba, daba la sensación de que el tiempo se estiraba, arrastrándose con un peso que parecía querer aplastarlos. Solo el murmullo del motor impedía que aquel silencio los envolviera por completo.
Alec miraba por la ventana, siguiendo con la vista las formas y colores que sus ojos no tenían tiempo de analizar, como si bastara con no enfocar nada para no pensar en el lugar al que irían.
—¿Está todo bien?
La voz de Leo hizo que desviara su atención de las formas que se movían fuera del auto. Había notado la expresión tensa que no parecía querer abandonar el rostro de Alec desde que habían ingresado al auto, como una sombra que se negaba a soltarlo.
Alec lo miró brevemente, antes de desviar la vista otra vez hacia la ventana.
—Sí —dijo al fin