Agnés entrecerró los ojos y, con voz calmada, sin apartar la mirada, como si lo dicho antes no le causara la menor turbación, a pesar de lo terrífico que sonaba, continuó:
—No intentes negarlo, Lia me contó lo que vio… tus colmillos y tus garras. Después de todo, sigue siendo una buena chica. —La anciana sonrió de forma casi maternal, con la voz cargada de algo parecido a dulzura.  Pero, casi al instante, la sonrisa se le quebró en una mueca de decepción—. La asustaste mucho, después de todo lo que me he esforzado en enseñarle.
Serethia parpadeó con lentitud, intentando mantener la calma, y se obligó a sostenerle la mirada. En ese momento, comprendió la reacción de la Lia después de su celo, y sabía que no tenía sentido fingir.
—No soy como la bestia que describe —respondió, con la voz controlada, aunque su corazón empezaba a aumentar de ritmo.
La regla era clara; si un licántropo era descubierto, debía dar su vida o arrebatar la del humano que conocía su identidad. Antes, habría ante