38

La noche había caído como una cortina densa, silenciando incluso a los lobos del bosque. Afuera, el viento arrastraba hojas secas que golpeaban contra las ventanas como si también exigieran respuestas. Pero yo ya no podía seguir ignorando el eco dentro de mí. Ese que gritaba que lo que tenía con Aiden estaba a punto de romperse... o de renacer con una fuerza devastadora.

Estaba sentada en la sala, con las piernas recogidas contra el pecho y una taza de té frío entre las manos, cuando lo sentí acercarse. No lo escuché. No lo vi. Lo sentí. Su presencia me erizó la piel incluso antes de que su sombra apareciera en el umbral.

—Necesitamos hablar —dijo él con esa voz profunda que siempre había sido mi ancla… y, a veces, mi tormenta.

Levanté la mirada. Lo vi, y por un instante quise correr. No porque le temiera, sino porque temía lo que podríamos decirnos esta vez. No había marcha atrás cuando se desnudaba el alma.

—Sí. —Dejé la taza en la mesa con un golpe seco—. Ya no puedo seguir fingien
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