La manada nunca había estado tan tensa. Un aire pesado se colaba entre los árboles, como si el bosque mismo contuviera el aliento, expectante, esperando que estallara la tormenta. Y yo, atrapada en medio de ese huracán, sentía que cada paso que daba me empujaba más y más hacia la espada y la pared.
No era solo una amenaza cualquiera la que nos acechaba; era un desafío que ponía en juego todo lo que habíamos construido con sangre, sudor y silencios incómodos.
Las facciones dentro de la manada comenzaban a mostrarse. Por un lado, estaban los que querían la guerra, los que preferían la fuerza bruta y el golpe certero. Por otro, los que apostaban por la diplomacia, la paciencia, aunque el costo fuera el desgaste lento y doloroso. Y yo, Luna, en medio de ellos, tratando de no romperme ni dejar que mi corazón se hiciera trizas entre esas decisiones.
Aiden estaba ahí, como siempre. Pero esta vez, su mirada era una mezcla peligrosa de desafío y preocupación. Sentí que podía leer en sus ojos l