La tormenta llegó justo cuando la noche estaba en su punto más oscuro. Las nubes gruesas y pesadas se amontonaban en el cielo, como si la naturaleza misma quisiera reflejar el caos que sentía en mi interior. El viento aullaba fuera de la casa, y la lluvia empezó a golpear con fuerza los cristales, creando una sinfonía irregular que acompañaba el temblor de mi corazón.
Aiden estaba frente a mí, sus ojos tan oscuros como la tormenta, pero también llenos de una vulnerabilidad que pocas veces me había mostrado. Habíamos llegado a un punto en el que ya no había máscaras, ni juegos, ni silencios incómodos. Solo la brutal verdad, desnuda y cruda.
—Luna —dijo con voz firme pero temblorosa—, no puedo seguir escondiéndome detrás de la rabia o la indiferencia. Necesito que sepas lo que hay en mí, aunque duela.
Sentí que un nudo se formaba en mi garganta, pero no retrocedí. Sabía que ese momento era inevitable, necesario.
—Yo tampoco quiero seguir fingiendo —respondí—. Estoy cansada de negarte, d