31

El aire estaba cargado de una tensión que parecía aplastarme el pecho. Sabía que el tiempo se agotaba, que pronto tendría que tomar una decisión que cambiaría mi vida para siempre. Mi corazón, que latía con una fuerza casi dolorosa cada vez que pensaba en Aiden, y mi deber, ese peso ancestral que me había sido impuesto desde que nací, parecían tironearme en direcciones opuestas.

La noche antes del evento en la manada, me senté frente al espejo en mi habitación, tratando de armar un plan, de ordenar mis pensamientos en medio del caos. La imagen reflejada me devolvía una mujer con ojos cansados pero decididos. No podía permitirme el lujo de dudar, aunque la incertidumbre mordía cada fibra de mi ser.

Busqué consejo en las pocas personas en quienes confiaba realmente. Primero llamé a Mara, mi amiga de la infancia y una de las pocas que conocía mis secretos más oscuros. Su voz cálida al otro lado de la línea fue un bálsamo.

—Luna, tienes que hacer lo que tu instinto te diga —me aconsejó—. El deber es importante, sí, pero no puede devorar tu alma. Recuerda que eres más que un símbolo, eres humana, con derechos y deseos.

Sus palabras resonaron en mi mente mientras colgaba. Luego fui a ver a Samuel, el anciano consejero de la manada, un hombre sabio que había visto demasiadas guerras y amores fallidos.

—Debes mostrar fortaleza y autenticidad —me dijo, mirándome con ojos profundos—. La manada respeta a quien toma las riendas de su destino, no a quien se esconde detrás del miedo.

Respiré hondo, agradecida por sus palabras, aunque sabía que el camino no sería sencillo.

Llegó el día del evento. La sala principal de la manada estaba llena de ojos que me escrutaban, de susurros que intentaban descifrar mis intenciones. Aiden estaba allí también, su mirada fija en mí, cargada de una mezcla de orgullo y preocupación que no pude evitar sentir.

Cuando me tocó hablar, sentí cómo todos los ojos se clavaban en mí, esperando una declaración. Cerré los ojos por un momento, sintiendo el peso de la responsabilidad y del deseo mezclándose en mi pecho.

—No estoy aquí para ser una figura decorativa —comencé, con la voz firme pero vibrante—. No voy a esperar a que me elijan. Yo elijo mi destino.

Un murmullo recorrió la sala, algunas caras sorprendidas, otras aprobando en silencio.

Continué, dejando claro que aunque respetaba las tradiciones, también estaba dispuesta a desafiar las normas para proteger a quienes amaba y para ser fiel a mí misma.

Cuando terminé, sentí una oleada de liberación mezclada con un miedo visceral. Sabía que con esas palabras había marcado un antes y un después, no solo para mí, sino para toda la manada.

Aiden se acercó al final del evento, su mirada encontrándose con la mía.

—Nunca dudé de ti —susurró—. Estoy contigo, sin importar lo que venga.

Su cercanía me envolvió, y por un instante, el peso del deber y el anhelo se fundieron en un solo latido.

Esa noche supe que la lucha apenas comenzaba, pero también comprendí que, por primera vez, tenía el poder de decidir quién quería ser.

No iba a esperar más. Yo elegía mi destino.

El murmullo en la sala no se disipó del todo. Se transformó en un susurro constante que recorría cada rincón de la manada, una mezcla de sorpresa, aprobación tímida y escepticismo oculto. Sentí cómo la atención se mantenía fija en mí, y no podía evitar que el pulso se acelerara, no solo por la presión, sino por esa chispa de poder recién descubierta.

Aiden seguía a mi lado, su presencia era un ancla firme en medio del huracán. A pesar de todo, él no me imponía, no me ordenaba, sino que me sostenía con respeto, con esa intensidad contenida que tanto me desarmaba.

—¿Estás segura de lo que acabas de decir? —preguntó en voz baja, solo para mis oídos.

Lo miré, encontrando en sus ojos el mismo fuego que sentía dentro de mí. Una mezcla de miedo y deseo, de protección y desafío.

—Más que nunca —respondí—. Ya no puedo seguir dejando que otros decidan por mí. No soy solo un símbolo para la manada. Soy una persona. Y quiero ser dueña de mi destino, incluso si eso significa enfrentarme a todo.

Aiden asintió, aunque su mirada se volvió un poco más dura. Como si él también estuviera luchando contra sus propios fantasmas.

—Entonces lucharemos juntos —dijo finalmente—. Pero debes saber que no será fácil. Habrá quienes intenten detenerte, quienes no entiendan tus decisiones.

Me quedé en silencio, porque lo sabía. Desde que llegué a la manada, la política interna había sido un campo minado de alianzas, traiciones y pactos silenciosos. Mis palabras habían encendido una chispa, y ahora el fuego empezaba a expandirse.

El resto de la noche transcurrió con conversaciones tensas y miradas cargadas de significado. Sentía que todos evaluaban cada uno de mis movimientos, y yo estaba lista para responder, aunque el cansancio empezaba a hacer mella en mí.

Al regresar a mi habitación, me desplomé sobre la cama, dejando que el peso del día me aplastara por un instante. Pero la mente no paraba. Pensaba en Aiden, en sus ojos, en la forma en que esa noche había mostrado una vulnerabilidad que no le había visto antes.

Sentí la necesidad de escribir, de plasmar ese torbellino de emociones en palabras que no juzgaran ni exigieran nada.

Tomé mi cuaderno y escribí:

“Hoy decidí que no seré una marioneta en este juego de poder. Que seré más que un apellido o un símbolo. Que mis deseos, mis miedos y mis sueños importan. Y aunque el camino sea solitario y difícil, no voy a dejar que nadie apague la luz que he encendido dentro de mí.”

Mientras escribía, una sensación extraña me invadió: esperanza. Un sentimiento que creía perdido y que ahora asomaba, tímido pero real.

Aiden apareció en mi puerta casi sin hacer ruido, con esa mirada intensa que parecía leer cada una de mis palabras.

—No esperaba que escribieras —dijo, con una sonrisa que apenas tocaba sus labios.

—Es la única forma que tengo para ordenar todo —confesé—. Para no perderme en este caos.

Él se acercó, sentándose en el borde de la cama, manteniendo una distancia respetuosa pero cercana.

—Me alegra que estés luchando —susurró—. Porque no solo estás luchando por ti, también por nosotros.

Sentí que el corazón me daba un vuelco. “Nosotros”. Esa palabra tan simple, pero cargada de tanto significado para ambos.

—¿Crees que realmente podemos? —pregunté, con una mezcla de miedo y anhelo.

Aiden tomó mi mano entre las suyas, apretándola suavemente.

—No lo sé —respondió—, pero sé que no voy a rendirme. Ni contigo, ni sin ti.

Nos quedamos en silencio, escuchando el ritmo de nuestras respiraciones, sintiendo cómo el tiempo se ralentizaba.

No era solo una noche cualquiera. Era el comienzo de algo que podía destruirnos o salvarnos.

Y, por primera vez, estaba dispuesta a arriesgarlo todo.

Sabía que amar dolía. Que ese dolor podía ser insoportable. Pero también sabía que no amar… dolía más.

Y estaba lista para enfrentar ese dolor, porque quería vivir. Quería sentir. Quería ser libre.

El filo de la decisión ya estaba marcado. Solo quedaba dar el paso.

Y yo iba a hacerlo.

 

 

 

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