30

Las paredes de mi habitación parecían cerrarse, como si la presión de toda la manada, de las alianzas, y de ese juego peligroso que nos envolvía, se condensara en ese espacio pequeño donde solo yo y mis demonios podíamos estar. La verdad era que nada estaba bajo control. Ni Aiden, ni yo, ni esa promesa imposible de un nosotros que parecía más un sueño roto.

La tensión política se sentía en cada esquina del clan. Cada alianza, cada trato, cada mirada calculada podía cambiar el equilibrio de poder. Y yo estaba atrapada en medio de todo, un peón que se negaba a jugar sin entender las reglas.

Pensé en Aiden, en su voz grave, en la forma en que sus ojos podían quemar con un solo vistazo y en cómo esa mezcla de deseo y rencor nos consumía. Necesitaba respuestas, o al menos la valentía para enfrentarlo.

Cuando la puerta se abrió y él entró, pude ver en su expresión esa mezcla de cansancio y determinación. No hizo falta decir nada, nuestras miradas lo dijeron todo.

—Luna —su voz era firme, pero había una fragilidad oculta—. Tenemos que hablar.

Lo miré, el corazón latiendo rápido, mientras me preguntaba si finalmente tendríamos la honestidad que ambos evitábamos.

—¿Sobre qué? —pregunté, cruzando los brazos, desafiándolo.

—Sobre nosotros. Sobre lo que realmente siento y lo que tú estás dispuesta a aceptar.

El silencio fue más pesado que cualquier palabra. Mis manos temblaban levemente, como si la tormenta interna quisiera estallar.

—¿Y qué sientes, Aiden? —la pregunta salió casi sin control—. Porque a veces parece que me amas y otras, que solo soy un obstáculo.

Él se acercó lentamente, hasta quedar tan cerca que podía oler su piel, sentir el calor de su cuerpo.

—Te amo, Luna. Pero también temo que este amor nos destruya. Que las cadenas que nos atan sean más fuertes que nosotros.

Una mezcla amarga de rabia y ternura me invadió.

—¿Entonces qué hacemos? ¿Seguimos fingiendo que esto es suficiente? —le dije con voz quebrada.

Sus ojos se suavizaron y, de repente, la distancia que nos había separado se redujo hasta desaparecer. Su mano encontró la mía, y en ese contacto sentí todo el peso de nuestras luchas y deseos.

—Esta noche no habrá secretos —susurró—. Solo tú y yo, con todo lo que eso implica.

El ambiente se volvió denso, una mezcla peligrosa de pasión y dolor. Cada roce, cada suspiro era un recordatorio de lo que podríamos ganar o perder.

Nos dejamos llevar por esa tormenta contenida, pero justo cuando el momento parecía consumarnos, una sombra de miedo cruzó mi mente.

—¿Y si nos rompemos? —pregunté entrecortada, apartándome apenas.

Aiden me sostuvo por la cintura, su mirada intensa.

—Amar duele, Luna. Pero no amar… duele más.

En ese instante, supe que la batalla no era contra el mundo, ni contra la manada. Era contra nosotros mismos y los lazos que nos dolían pero no podíamos romper. Y por primera vez, decidí que estaba dispuesta a luchar, aunque el precio fuera alto.

Su declaración flotó en el aire entre nosotros, cargada de una verdad que dolía pero que también prometía. Amar duele, no amar duele más. ¿Cuánto estaba dispuesta a aguantar? ¿Cuánto estaba dispuesta a arriesgar?

Sentí su aliento cerca, su mano todavía firme sobre mi cintura, sosteniéndome como si fuera la única ancla real en medio de este caos. Y, sin embargo, esa misma mano podía ser la que me rompiera en mil pedazos. Era irónico: el mismo hombre que me hacía sentir viva podía hacerme sentir más vulnerable que nunca.

—Aiden —musité, rozando su mejilla con la yema de los dedos—. ¿Cómo hacemos para no perdernos en esto? Porque a veces me parece que estamos atrapados en un juego que no entendemos.

Sus ojos se clavaron en los míos con una intensidad que me quemaba por dentro.

—No hay garantías, Luna. Solo tenemos lo que somos ahora, este momento. Y si nos perdemos, será juntos.

Un escalofrío me recorrió la piel. Eso era lo que me aterraba y lo que me atraía al mismo tiempo: la incertidumbre absoluta, la sensación de que todo podía venirse abajo en un instante, pero que también podía ser el comienzo de algo verdadero.

El silencio volvió a instalarse entre nosotros, pero esta vez no era incómodo. Era denso, cargado de promesas no dichas y deseos que pulsaban bajo la piel como un fuego latente.

Me alejé un poco, tratando de ordenar mis pensamientos. Miré alrededor de la habitación, las sombras jugando en las paredes, y me pregunté cuánto tiempo más podía mantener este equilibrio precario.

—Aiden —dije con voz firme—. Necesito saber si esto es real para ti, si no solo es la obligación de un compromiso.

Sus labios se fruncieron en una sonrisa triste.

—Para mí, siempre ha sido real. Pero no puedo negarte que la presión, las expectativas, todo pesa. A veces siento que te estoy atrapando en algo que ni siquiera yo sé si podré manejar.

Sus palabras me rompieron el corazón un poco más, pero también me hicieron ver que no estaba sola en esta lucha.

—Entonces peleemos juntos —respondí, acercándome de nuevo—. No quiero renunciar a nosotros porque tengo miedo.

Su mirada se suavizó, y por primera vez sentí que había una luz más allá de la tormenta.

Nos quedamos allí, en silencio, solo el latido acelerado de nuestros corazones llenando el espacio. La noche afuera era testigo mudo de un vínculo que, aunque frágil, intentaba resistir.

Sin embargo, justo cuando la esperanza parecía asomar, la realidad volvió a golpearnos.

El sonido de mensajes en mi teléfono rompió la magia. Tomé el aparato y vi que era un mensaje de la manada, recordándome la reunión del día siguiente, la importancia de no fallar.

Miré a Aiden con resignación.

—El mundo no nos deja respirar —susurré—. Pero no importa lo que pase afuera, esta noche fue nuestra.

Él asintió, sus ojos reflejando la misma mezcla de cansancio y determinación.

—Sí, Luna. Nuestra batalla apenas comienza.

Y mientras la noche avanzaba, comprendí que amar realmente duele, pero no amar… duele más. Y yo estaba lista para enfrentar ese dolor, por nosotros, por lo que podríamos llegar a ser.

Unos instantes más tarde, mientras él me abrazaba, supe que en ese abrazo estaba la fuerza para seguir adelante, aunque el camino estuviera lleno de heridas y cicatrices invisibles.

Porque algunos lazos duelen, pero también son los que mantienen el alma a salvo. Y yo estaba aprendiendo a aceptarlo, a querer incluso en medio del dolor.

La batalla continuaba. Y yo no estaba dispuesta a rendirme.

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