Las paredes de mi habitación parecían cerrarse, como si la presión de toda la manada, de las alianzas, y de ese juego peligroso que nos envolvía, se condensara en ese espacio pequeño donde solo yo y mis demonios podíamos estar. La verdad era que nada estaba bajo control. Ni Aiden, ni yo, ni esa promesa imposible de un nosotros que parecía más un sueño roto.
La tensión política se sentía en cada esquina del clan. Cada alianza, cada trato, cada mirada calculada podía cambiar el equilibrio de poder. Y yo estaba atrapada en medio de todo, un peón que se negaba a jugar sin entender las reglas.
Pensé en Aiden, en su voz grave, en la forma en que sus ojos podían quemar con un solo vistazo y en cómo esa mezcla de deseo y rencor nos consumía. Necesitaba respuestas, o al menos la valentía para enfrentarlo.
Cuando la puerta se abrió y él entró, pude ver en su expresión esa mezcla de cansancio y determinación. No hizo falta decir nada, nuestras miradas lo dijeron todo.
—Luna —su voz era firme, pe