24

A veces solo necesitas que el mundo se calle.

Que los consejos de guerra, los susurros venenosos y hasta el propio eco de tus pensamientos bajen el volumen. Que la luna se esconda y te deje sola con tus monstruos. Y tus recuerdos.

Esa noche, cuando el cielo se cubrió con el velo negro de la luna nueva, supe que no iba a dormir. El aire estaba espeso, demasiado caliente para ser primavera, y mis pensamientos no paraban de girar como un tornado sin dirección.

Así que tomé una linterna pequeña, me calcé las botas sin hacer ruido, y salí. Dejé atrás las murallas, las habitaciones vigiladas, las miradas que me pesaban más que cualquier carga física.

El bosque me recibió con un silencio húmedo, espeso. Ni grillos. Ni viento. Solo las hojas crujientes bajo mis pasos y el golpeteo suave de mi respiración. Como si hasta la naturaleza contuviera el aliento para no interrumpirme.

No tenía un destino claro. Solo caminaba.

Tenía el alma tan cargada que sentía que si no la vaciaba ahí, entre árbole
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