El fuego ardía en el centro del círculo, una lengua viva que crepitaba con la misma furia que hervía dentro de mí. Las llamas bailaban altas, proyectando sombras sobre los rostros que me rodeaban. Todos estaban allí. Guerreros, sabios, jóvenes recién transformados, incluso aquellos que rara vez abandonaban sus refugios en la montaña. Cuando la manada convoca bajo la luna nueva, no hay excusas. Solo obediencia.
Y sin embargo, mi cuerpo se sentía como una prisión. Tenso. Apretado. Como si en cualquier momento mi piel pudiera resquebrajarse y dejar escapar todo lo que estaba reprimiendo.
Los rumores sobre Aiden habían comenzado como un murmullo, una grieta sutil en la normalidad. Pero ahora... eran un vendaval. “Comprometido”. “Elegido por el consejo”. “Una unión para la paz”. Palabras que me taladraban los oídos sin necesidad de ser confirmadas. Porque en esta manada, los secretos no duran demasiado. Las mentiras huelen peor que la sangre.
Me senté en la piedra más próxima al fuego, con