La noche de luna llena siempre había sido una mezcla embriagadora de tradición y deseo contenida. En el claro donde se celebraba la fiesta, el aire vibraba con la música tribal que pulsaba en cada latido, y el fuego central lanzaba sombras danzantes sobre los cuerpos que se movían al ritmo ancestral. Era como si el bosque entero respirara con nosotros, latiendo en sintonía con el tambor que parecía marcar el pulso de mi propia sangre.
No me había vestido para nadie, aunque sabía que Aiden no perdería ni un solo movimiento mío. Me puse el vestido rojo que caía como una segunda piel, ajustado pero suelto en el lugar justo para dejar que la brisa jugara con sus pliegues. Mis pies desnudos sentían la tierra fría, pero mi cuerpo ya estaba caliente, listo para entregarse al trance de la danza.
No era un baile para atraer miradas, ni para provocar, sino para recordarme a mí misma que, a pesar de todo, seguía siendo dueña de mi cuerpo y mis movimientos. Cerré los ojos y dejé que la música me