20

El anciano del consejo me esperaba en la penumbra de la sala de reuniones, su mirada fija en mí con una mezcla de pesar y gravedad que me hizo retroceder sin querer. Sus arrugas parecían talladas por el peso de mil secretos y la autoridad que impone la edad. Cuando me llamó por mi nombre, un nudo se formó en mi garganta, una mezcla de miedo y curiosidad que no podía ignorar.

—Luna —dijo con voz firme, pero no sin cierta ternura—, hay algo que debes saber. Algo que tu sangre ha llevado en silencio durante años.

Sentí que el aire se volvía más denso, como si las paredes de la sala absorbieran la verdad antes de liberarla.

—Tu madre —continuó—, fue exiliada por amar a un alfa prohibido. Esa unión fue un tabú, un pecado que nuestro clan no podía tolerar. Por eso, tu origen siempre estuvo marcado por el fuego de lo prohibido.

Me quedé paralizada, tratando de procesar las palabras que caían como puñales. Mi madre, la mujer que creía conocer, la que me crió entre historias de lealtad y tradición, había sido desterrada por amar a quien no debía. Y yo, sin saberlo, llevaba esa herencia secreta, ese linaje clandestino que rompía todas las reglas.

—Quiero que entiendas de dónde vienes, Luna —dijo el anciano—. No solo eres hija de nuestro clan. Eres la unión de dos mundos que deberían haberse mantenido separados.

Esa noche, me senté en la vieja biblioteca del consejo, rodeada de libros polvorientos y pergaminos amarillentos que parecían esconder siglos de historia. Con cada página que pasaba, mi corazón latía más rápido, al borde de un descubrimiento que cambiaría todo.

Los archivos antiguos revelaron lo que temía y esperaba a la vez: mi linaje provenía de una unión secreta entre dos clanes enemigos, un amor prohibido que había desafiado siglos de rencores. Mi existencia era una prueba viviente de que las barreras podían romperse, aunque a un precio muy alto.

Las lágrimas empezaron a deslizarse por mis mejillas, una mezcla de rabia, tristeza y alivio que me consumía por dentro. No pude contener el llanto, y entonces, como si el universo supiera lo que necesitaba, Aiden apareció a mi lado.

No dijo nada. No necesitó hacerlo.

Se sentó junto a mí, sin tocarme, compartiendo un silencio que hablaba más que mil palabras. Su presencia era un ancla en medio del caos que sentía, un recordatorio de que, a pesar de todo, no estaba sola.

—Quizás siempre fui el caos —pensé, mientras él permanecía a mi lado—. Pero contigo... no quiero destruir. Quiero quedarme.

Y en ese instante, supe que mi historia no terminaría en ruinas, sino en la promesa de algo nuevo, aunque incierto y peligroso, pero nuestro.

El silencio entre Aiden y yo no era vacío, sino cargado de una intensidad que me hacía sentir cada latido de mi corazón. Él no necesitaba palabras para demostrar que estaba allí, ni para comprender el volcán de emociones que bullían en mi interior. Su simple presencia era un bálsamo y una tormenta al mismo tiempo.

Mis manos temblaban mientras cerraba el libro que había estado leyendo, sintiendo el peso de toda esa historia sobre mis hombros. La verdad que había descubierto era como una llama que me consumía, pero también iluminaba partes de mí que hasta entonces había ignorado. Mi madre, mi linaje, el porqué de tantas reglas y de ese rechazo silencioso que siempre había sentido en el clan.

—¿Por qué no me lo dijeron antes? —mi voz salió rota, apenas un susurro.

Aiden no respondió, pero apretó suavemente mi mano, un gesto que me ancló a la realidad, que me recordó que no estaba sola en ese camino. Él, el alfa de mi clan, el hombre al que había amado y temido a partes iguales, estaba ahí, dispuesto a enfrentar ese caos conmigo.

Recordé todas las veces que había sentido que algo me separaba de él, como un abismo invisible que ninguno de los dos sabía cómo cruzar. Ahora comprendía que ese abismo no era solo una cuestión de orgullo o destino, sino la sombra de un pasado que ninguno podía cambiar.

Mis pensamientos se entrelazaban con imágenes de mi madre, una mujer valiente que se había sacrificado por amor, condenada a vivir en el exilio por seguir su corazón. ¿Sería yo capaz de hacer lo mismo? ¿De desafiar al consejo, a la tradición, a todo lo que me habían enseñado, solo por seguir lo que sentía?

Sentí una mezcla de miedo y determinación crecer dentro de mí. No quería repetir la historia de mi madre, pero tampoco quería vivir con cadenas invisibles que me impidieran ser quien realmente era. Y, sobre todo, no quería perder a Aiden, ni que él me perdiera a mí.

El crepitar de la chimenea en la sala rompió el silencio, su luz cálida bañaba nuestras caras y dibujaba sombras que parecían danzar al ritmo de nuestros pensamientos. Aiden finalmente rompió el mutismo.

—No importa lo que diga el consejo, ni las reglas que quieran imponer —susurró con esa voz profunda que me hacía temblar—. Eres tú, Luna. Eres mi caos, y quiero enfrentar ese caos contigo, no contra ti.

Su mirada era una promesa, una declaración de guerra contra todo lo que nos quisiera separar. Por un instante, sentí que podía creer en un futuro distinto, uno donde el amor no fuera un tabú ni una condena.

Me apoyé en su hombro, dejando que la vulnerabilidad que había contenido tantos meses aflorara sin miedo. Las lágrimas regresaron, pero esta vez no eran solo de dolor, sino también de esperanza.

—Quiero quedarme contigo, Aiden. A pesar de todo —le confesé—. Porque, aunque el fuego arda, sé que no quemará si estamos juntos.

Él me rodeó con sus brazos, como si quisiera protegerme del mundo entero. Y aunque el peso de la verdad aún pendía sobre nosotros, en ese momento, la noche parecía menos oscura y el futuro, un poco menos incierto.

Nos quedamos así, envueltos en un silencio lleno de promesas no dichas, mientras afuera, la luna seguía su curso, testigo silencioso de una historia que recién comenzaba a escribirse.

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