Capítulo 3
Serena

—Yo… eh… —las palabras se me atoraron en la garganta y mis piernas flaquearon.

No podía creer que él comenzara a mostrarse tan íntimo con ella, a pocas horas de firmar nuestro divorcio. Pero, si ya era así de afectuoso con ella, significaba que había superado su abandono. Aunque tal vez, ni siquiera había necesitado superar nada.

—¿Rena? —pronunció mi nombre de nuevo, haciéndome recuperar la mente.

Tenía que controlarme; ya no era mi esposo, y pronto rechazaría del vínculo de apareamiento, así que no debía sentir nada.

—¿Interrumpo algo? —pregunté, deslizando la mirada hacia Natalia, que me observaba con sus grandes ojos marrones de cierva. Cualquiera caería ante la inocencia que esos ojos, pero yo veía la malicia que había detrás.

Elías entrecerró los ojos y se llevó una mano a la boca, hacía eso cuando estaba curioso o molesto.

—Sí, nos interrumpiste —respondió con brusquedad, sus palabras me golpearon.

—Yo… —empecé a decir.

—Rena, debes recordar que necesitas pedirle permiso al Alfa antes de entrar a su habitación.

Mis labios se separaron por la sorpresa y mis cejas se alzaron. —¿Qué?

—Me oíste bien. Aun así, dejaré pasar esto porque no estamos oficialmente separados y aún eres mi compañera —su voz me heló la sangre.

En apenas unas horas, nuestra relación había cambiado por completo. ¿Dónde estaba el hombre que cada noche esperaba en la cama para dormir juntos? ¿Quién era ahora?

—Vaya, no sabía que esta era tu habitación ahora, Alfa. La misma habitación que compartimos durante tres años —repuse, cruzando los brazos. Mis ojos se posaron en la cama donde él estaba sentado con Natalia en su regazo.

Su mandíbula se tensó por mis palabras. —Ahora estamos divorciados. ¿No es obvio que ya no compartiremos la misma habitación? —inclinó la cabeza, evaluando mi reacción.

Sonreí con ironía. —Claro. Quiero decir, no me gustaría irrumpir en tu “habitación” mientras pasas buen tiempo con tu compañera —enfaticé la última palabra y mi mirada se posó en Natalia.

—Rena, antes de que digas algo para insultar a Natalia, te advierto que he sido indulgente contigo, pero no lo seguiré siendo ahora, así que elige bien tus palabras —habló con voz baja y autoritaria, recordándome quién mandaba.

Sus palabras aplastaron mi alma; era como si yo fuera el problema en su vida.

—Elías, está bien —Natalia se acercó a él y deslizó su mano sobre su hombro—. Entiendo que ella está herida, así que estoy bien con eso.

Un gruñido escapó de mis labios al ver que lo tocaba. Elías levantó una ceja y comprendí lo que había hecho, pero seguía siendo mi compañero, así que no era fácil para mí ver a otra persona tocarlo, aunque esa persona fuera su primera compañera.

—Lo siento si te hice enojar, Rena —Natalia me miró con labios temblorosos—. Pero tienes que entender que lo amo y no puedo alejarme de él —las lágrimas llenaron sus ojos y comenzó a sollozar.

—Natalia, no llores. No es tu culpa —Elías se levantó y la abrazó. Mi interior gritaba ante la escena, pero no dejé escapar ni un sonido, solo lo observé en silencio mientras la consolaba, cuando yo era la que necesitaba consuelo—. Rena y yo hemos llegado a un acuerdo mutuo, así que fue nuestra decisión.

Fruncí el ceño, ya que no fue mi decisión separarme de él.

Elías me miró con una expresión punzante.

—No me dijiste por qué estás aquí —su voz fue tan suave como siempre, pero pude notar que no quería que estuviera allí, sentía que yo saboteaba su relación con Natalia.

Mi mandíbula tembló.

—No es nada. Perdón por interrumpir lo que estaban haciendo —salí de la habitación con las lágrimas corriendo por mis mejillas.

Los cuadros y muebles del pasillo comenzaron a parecerme extraños mientras los pasaba apresurada. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasar por eso?

La cabeza me empezó a doler, así que me detuve, también me sentía mareada y aparecieron las náuseas, subiendo por mi pecho. A través de mi visión borrosa distinguí dos figuras al otro lado del pasillo, parecían preocupados al acercarse a mí.

—Luna, ¿estás bien? —reconocí esa voz, era Diana—. Pareces enferma…

No escuché el resto de su frase, puesto que el aire cambió y caí al suelo. Las sombras danzaron en mi visión antes de que todo se tornara oscuro.

—Bip. Bip.

Mis ojos se abrieron al compás del sonido y me encontré en una cama de hospital. Un dolor sordo latía en mi cabeza.

—Está despierta —sentí la cálida mano de Diana en mi espalda al incorporarme lentamente, me ayudó a sentarme.

—¡Gracias a Dios! —exclamó Diego deteniéndose a mi lado. Eran gemelos y trabajaban para mí en la manada.

Gruñí, sintiendo la misma sensación punzante. —Me desmayé.

—Sí, te trajimos al hospital lo antes posible. ¿Estás bien ahora? —preguntó Diego.

Asentí. —Sí.

La puerta se abrió y una mujer entró, usaba una bata blanca y sostenía una carpeta.

—Oh, estás despierta. Eso es bueno —exclamó, sonriendo al acercarse.

Mi mirada se posó en la placa de su bata: Dra. Sánchez, ginecóloga.

—¿Tengo una infección? —pregunté.

Su sonrisa se amplió. —No, Luna. Tengo buenas noticias para ti, espero que el Alfa nos haga una fiesta después de esto —comentó.

Mi ceño se frunció, miré a Diego y Diana. Él se encogió de hombros mientras ella negaba con la cabeza.

—No entiendo —dije.

—Felicidades, Luna. Estás embarazada. —respondió la doctora.
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