Capítulo 2
Serena

“Está bien, las cosas mejorarán. Elías cambiará de opinión, después de todo, me ama…”

Mi mano temblorosa se paralizó a medio trayecto hacia el plato sobre la mesa del comedor. Gotas de lágrimas salpicaron la madera oscura y pulida, la vista de nuestras firmas en el acuerdo de divorcio me devolvió de golpe a la realidad. Estábamos divorciados y el día siguiente, él me rechazaría.

Incapaz de seguir fingiendo, rompí en sollozos. Mis dedos se aferraron al borde de la mesa mientras veía el suelo de madera con las lágrimas cayendo por mis mejillas. Realmente me había divorciado.

Mi relación con Elías no había sido un camino lleno de rosas; cuando nos casamos, él era frío y distante, pero después de un tiempo, comencé a presenciar su lado más suave y emocional, ese que intentaba ocultar al resto del mundo. Hice su dolor mío y di lo mejor de mí para mantenerlo feliz. Poco a poco se fue ablandando conmigo, pero entonces, Natalia regresó y me alejó como si todos esos años juntos no significaran nada para él.

Mi pecho se apretó de forma dolorosa al pensarlo. No podía simplemente aceptar que ya no me quería, pero la comida intacta sobre la mesa y el pastel de terciopelo rojo con la inscripción “Feliz tercer aniversario de bodas”, eran un claro recordatorio de que era verdad. Me tomó casi cuatro horas hornear ese pastel, con la esperanza de ver una sonrisa en el rostro de Elías cuando regresara.

—¿Ya terminaste con tus tonterías? —la voz de María, mi sirvienta, me hizo girar hacia la puerta, allí estaba de pie con una expresión molesta, señalando hacia la pared—. A diferencia de ti, yo sí tengo trabajo que hacer, empezando por limpiar este desastre.

Me limpié el rostro y di un paso atrás. —Sí, adelante —mi voz sonó seca.

María rodó los ojos, sus labios se curvaron en un gesto de desaprobación mientras caminaba hacia la mesa y miraba el desorden.

—Qué dolor de cabeza —murmuró, negando con la cabeza.

A pesar de ser la Luna, no me querían en la casa de la manada, eso se debía a que era una huérfana que no se había transformado. Incluso una omega tendría un lobo, eso me hacía parecer muy inferior en términos de rango. Por eso los integrantes de la manada no me aceptaban como su Luna. Alguien sin lobo no podía liderar una manada de lobos; eso era lo que siempre me habían dicho.

Aprendí a vivir con eso porque siempre me habían tratado así, y forzar a la gente a que me quisieran por miedo a mi posición iba en contra de mis valores, por lo que trataba de compensar mi debilidad dando mi mejor esfuerzo. Además, Elías había castigado a cualquiera que intentara portarse mal conmigo, siempre tomaba mi lado cuando las cosas se complicaban, era muy protector conmigo. Era.

Me pregunté si ahora creía que Natalia sería una mejor Luna que yo, por tener un lobo. En realidad, ella venía de una familia de Gammas y tenía un lobo fuerte, cualquiera la elegiría antes que a mí.

¡Ras!

Mi cuerpo se sobresaltó por el repentino sonido de algo siendo arrancado, noté a María arrancando sin piedad las luces de hadas y los globos rojos de la pared detrás de la mesa. Con cada delicado adorno que desaparecía, sentía una punzada en el pecho. Mis amigos Diana y Diego me ayudaron a decorar anoche, y habíamos estado muy orgullosos del resultado.

María tampoco se contuvo con la comida, me estremecí al verla arrojar el pastel a la basura. Me sentí como ese pastel; desechada, arrojada al olvido.

Mi cabeza daba vueltas por la avalancha de emociones. Necesitaba una ducha para relajarme y dejar de pensar, así que salí del comedor, aunque por alguna razón, mis piernas se sentían pesadas.

Al analizarlo, noté que me había sentido bastante enferma desde esa mañana. Me picaba la garganta, sentía náuseas y estaba inusualmente cansada. Quizás era por lo ocurrido con Elías.

Sin prestar atención a mi entorno, mi mano alcanzó inconscientemente la puerta del dormitorio. Pero en el momento en que la puerta se abrió, un agradable aroma almizclado me golpeó la nariz, también había otro olor junto a él, que hizo que frunciera la nariz.

Mi cuerpo se congeló al notar a Elías sentado en la cama, con Natalia en su regazo.

Con su cabello castaño que rozaba sus hombros en forma de rizos, y una minifalda de estampado floral que subía por sus delgados y níveos muslos, Natalia parecía el sueño húmedo de cualquier hombre. En comparación, yo me veía sencilla con mi vestido azul liso y cabello azul medianoche lacio. Parecían estar teniendo un momento especial, con los brazos de ella alrededor del cuello de él, mientras la mano del Alfa descansaba en su delgada cintura.

Elías fue el primero en notar mi presencia.

—Rena —pronunció mi nombre con esa voz profunda y aterciopelada que me desgarraba el corazón, soltando la cintura de Natalia.

Ella se bajó de su regazo y se puso de pie a su lado, arreglándose la falda. —Oh, mi Diosa, Rena. N-no sabía que vendrías —su piel pálida se sonrojó como si estuviera avergonzada.

Aunque no tuviera lobo, pude sentir el aguijón de su intimidad, por lo que mi corazón latió dolorosamente en mi pecho.

—Rena, ¿qué haces aquí? —preguntó Elías, mirándome con sus fríos ojos del color de la obsidiana. No podía saber qué estaba pensando.
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