SERENA
Los libros se desplomaron sobre mí, pero un brazo se extendió rápidamente y atrapó el libro de tapa dura antes de que pudiera golpearme la cabeza. Levanté la mirada con el corazón acelerado.
Elías me devolvió la mirada, fulminándome con los ojos.
—Ten cuidado.
Resoplé.
—Lo estaba teniendo. Eres tú quien me distrae con tu charla —repliqué.
—Así que sí te afecto —sonrió con suficiencia. Mi mandíbula se tensó.
—Lo que sea —me dirigí rápidamente hacia el siguiente estante.
No sabía cuánto tiempo había pasado, pero me sentía agotada. Diego se dejó caer en uno de los sillones frente a la chimenea, bostezando.
—Revisé treinta estantes y no hay ningún libro sobre lobos celestiales. ¡Esto no es una biblioteca, es una ciudad de libros! —apoyó la barbilla en su brazo—. Es tan enorme que podría encontrar extraterrestres escondidos por algún lado.
—Deja las excusas. Simplemente eres incapaz, eso es todo —dijo Diana mientras se mordía la uña del pulgar, con los ojos fijos en el libro que s