SERENA
Un silencio tenso cayó sobre la biblioteca. Miré a papá con los ojos muy abiertos y el corazón latiendo con fuerza.
¿Qué? ¿Perdió sus poderes?
—¿Cómo es eso posible? —pregunté.
Suspiró profundamente, mirando la palma de su mano.
—El ataque que ocurrió me hizo perder mucho. No solo la vida de tu madre y a ti, sino que también perdí mis poderes celestiales. Mi lobo sobrevivió, pero sus poderes desaparecieron —explicó, con un destello de tristeza en sus ojos.
—¿Cómo los perdiste? —preguntó Elías, observando a mi padre con los brazos cruzados—. ¿El enemigo tenía algo que pudiera dañar a un lobo celestial?
Papá frunció el ceño y luego miró hacia la ventana.
—Fue más bien un ataque de renegados —respondió, y las cejas de Elías se elevaron.
—¿Renegados? Pero los renegados no pueden dañar a un lobo celestial.
La mandíbula de papá se tensó.
—Eran diferentes. No eran renegados habituales. Ojos vacíos, piel quemada. Eran difíciles de combatir.
Elías me miró, sus ojos iluminándose con compr